miércoles, 29 de abril de 2015

Prospero, sin tilde

¡Qué barbaridad cómo pasa el tiempo! Apenas nos acaba de defenestrar el 2012 —y tan bueno que se le veía de lejos—, y ya estamos ad portas de empezar a engullir el 2014. Con el paso del tiempo se ganan cosas, es cierto, pero también se van perdiendo otras.
Unos pierden la vista, otros la melatonina, unos la pasión, otros el pudor, unos el colágeno, otros el buen gusto, unos el respeto, otros el pulso, unos el deseo, otros el peso, unos la confianza, otros el pelo, unos los dientes, otros la familia, unos la memoria, otros no me acuerdo qué. El caso es que uno no llega igual que como salió y por eso dicen los que saben que «escoba nueva barre bien».
No es el caso del alcalde Murgueitio. El lector me dará la razón al menos en un aspecto, puesto que si hay algo de lo que se pueda acusar a la actual Administración Municipal no es de sus faltas de ortografía ya que, contrario al Murgueitio candidato, el Murgueitio alcalde parece contar con una mejor asesoría al respecto.
Claro, al Murgueitio candidato (sobre todo al del primer intento) se le percibía más bien indignado la mayor parte de las veces, tratando de explicar en lenguaje accesible al electorado los enmarañados términos jurídicos y digamos que eso si no justifica, al menos explica en gran medida que sus esfuerzos estuvieran más en eso que en escribir de manera adecuada.
Pero digamos que, en general, la buena escritura y el uso adecuado del lenguaje —escrito o hablado— no son precisamente las fortalezas del sector político yumbeño y que es suficiente con un ligero vistazo, por ejemplo a la publicidad electoral, para percatarse de ello. En cambio, lamentablemente para nosotros —los críticos insoportables— el Murgueitio alcalde ha respetado más el lenguaje que el Murgueitio candidato; así que por ese lado es poco lo que se le puede criticar.
La amiga echó de menos el anuncio del Plan de Desarrollo y notó la presencia del nuevo.
Precisamente en una acalorada discusión con una amiga esto fue lo que ella tuvo que defender. Mientras dábamos un paseo nocturno por el Parque Belalcázar ella advertía la ausencia de aquel anuncio que interrogaba: «¿Ya sabés todo lo que vamos a hacer?», en cambio percatamos la evidente presencia de uno mucho más grande y luminoso que dice: «Feliz Navidad y Prospero año Nuevo». Así, prospero sin tilde.
Yo, obsesivo, obstinado y terco, afirmaba que a la palabra «prospero» —por tratarse de una esdrújula— le hacía falta la tilde que marca el prosódico acento en la antepenúltima sílaba, es decir «próspero». No obstante, tras larga insistencia, ella logró convencerme (y no fue fácil) de que el término «prospero» en ese contexto responde más a un deliberado anuncio de declaración manifiesta que a un inútil deseo decembrino, esto es: la palabra «prospero» no corresponde al adjetivo usual de estas fechas sino a una conjugación en presente indicativo del verbo prosperar que nos comparte la Alcaldía: yo prospero, tú me ves, él se calla, ella baila sola, nosotros repartimos, ellos votan, ustedes ríen, vosotros os jodéis…
Esto, lejos de ser un acto de cinismo clientelista o cosas de ese estilo, según sostiene mi amiga, revela una profunda máxima de la filosofía política según la cual «si el César prospera, Roma prospera».
El concho: Quienes se decepcionan del Murgueitio «Verde» olvidan que antes de obtener el aval por ese partido, pasó del Partido Liberal al Partido de la U e incluso intentó inscribirse por firmas.

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