domingo, 14 de junio de 2015

Incertidumbre

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Faltando cuatro meses y diez días para las elecciones del 25 de octubre, los yumbeños ya conocen a un buen número de aspirantes a ocupar el despacho del tercer piso del CAMY. Foto www.todosesupo.com
Faltando cuatro meses y diez días para las elecciones del 25 de octubre, los yumbeños ya conocen a un buen número de aspirantes a ocupar el despacho del tercer piso del CAMY.
Foto www.todosesupo.com

Por Marlium Jamir Pérez para www.todosesupo.com

Con excepción de uno que otro pucho, desde hace muchos años no se veía un abanico tan vasto y con múltiples opciones serias de aspirantes a la alcaldía de Yumbo (y juro que esta vez no estoy siendo sarcástico). El hecho es alentador si se compara con el pasado reciente —y no tan reciente— de la administración municipal, pero lo importante —como decía el poeta árabe—  es no mirar hacia atrás sin sonrojarse un poco ni mirar hacia adelante sin palidecer mucho.
Por un lado están los exfuncionarios, que van desde exalcaldes pasando por concejales hasta llegar a exjefes de despacho; pero por otro lado hay un grupo de personajes relativamente emergentes en el panorama político del municipio y cuya trayectoria también brinda, en general, confianza al elector.
Y es precisamente en manos de éste último (el elector) en donde está una decisión tan importante que no sólo se limita a darle la batuta a quien dirigirá los destinos de Yumbo durante los próximos años, sino además —y en mayor medida— la decisión de un compromiso que tiene que ver con el lugar y rumbo que adoptará Yumbo en su propia historia.
Recordemos que hasta que tomó las banderas la actual administración del Murgueitio, Yumbo contaba con un vergonzoso promedio de un alcalde por año desde la renuncia del Pabón. Del Pabón a la Chaves, de la Cháves al Pucho, del Pucho al Lenis, del Lenis, del Lenis a Ferney, del Ferney a uno encargado, del encargado a la Lily, de la Lily al Cura, del Cura al Aniro, del Aniro al Cura exconvicto y del Cura exconvicto al Murgueitio…
Aunque aún es temprano para hacer pronósticos, como dice Zygmunt Bauman: la única certeza que tenemos es la incertidumbre. Y seguramente estaremos por ver alianzas y divorcios, filias y fobias, ires y venires y una que otra sorpresa.
El concho: El alcalde como buen médico debería saber que jactarse de tener una megaestación de policía —que según dicen albergará a más de quinientos agentes— es como jactarse de necesitar más medicamentos (y más fuertes) para conservar la salud.

Marlium Jamir Pérez
Marlium Jamir Pérez / Estudiante de sociología; Exparlamentario Nacional de Juventudes Liberales, miembro del colectivo Colombianos/as por la Paz, Exasambleísta Departamental de Juventudes Liberales del Valle del Cauca, miembro del Comité Ideológico de la Juventud Liberal Socialdemócrata (JLS).
Nota: Este es un espacio de opinión independiente y libre expresión donde se refleja exclusivamente las ideas del autor del artículo, por lo tanto, no compromete la posición de Los del Medio S.A.S. ni del portal todosesupo.com

miércoles, 29 de abril de 2015

La estrategia del mal paciente

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En época electoral surgen nuevas encuestas con la rigurosidad de una gelatina. Imágenes tomadas de Internet.
En época electoral surgen nuevas encuestas con la rigurosidad de una gelatina.
Imágenes tomadas de Internet.
Por Marlium Jamir Pérez para www.todosesupo.com
Se me crea o no, pertenezco a ese grupo de personas que encuentran en los abuelos reflexiones tan profundas que no tienen mucho que envidiarle a los grandes tratados filosóficos que, hay que decirlo, también tienen su mérito.
En mi caso particular, el abuelo Gustavo, uno de mis abuelos —el materno— mitad obrero y mitad campesino, relataba cómo sus compañeros obreros mitigaban la sed preparando grandes cantidades casi industriales de esos frescos artificiales que vienen en polvo y que se consiguen bastante económicos en tiendas y supermercados. Entre el calor de la jornada y el agotamiento por el calor, la preparación resultaba ser lo suficientemente reconfortante como para ejecutarla repetidas veces.
El chiste del asunto es que en vísperas de la periódica revisión médica, los astutos y sagaces trabajadores acostumbraban tomar una buena tasada de café —como dicen los turcos— «negro como el infierno, fuerte como la muerte y amargo como el amor». Esto con el claro y premeditado objeto de que las pruebas de glucemia salieran tan perfectas como si siguieran una estricta dieta permanentemente. El resultado, por supuesto, era el esperado: habían logrado engañar al médico una vez más… ¿al médico? Pues unos años más tarde la mayor parte de los ya jubilados compañeros del abuelo Gustavo —incluido él mismo— tuvieron líos serios con consecuencias como la diabetes y sus drivados o semejantes.
Lo propio, la misma práctica —guardando las proporciones— empieza a hacer parte de la arena política de Yumbo por los días de la tal fiesta democrática. Surgen nuevas encuestas con la rigurosidad de una gelatina que dan por ganador aplastante al aspirante que haya contratado la firma que las haga.
La cuestión hunde sus raíces en una costumbre más o menos generalizada que bautizaré provisionalmente como el síndrome de Florence Jenkins, reconocida soprano estadounidense famosa por sus pésimas interpretaciones de las grandes obras clásicas de la música, no obstante, ella estaba convencida de cantar a las mil maravillas y contaba con un séquito de alcahuetes, o bien, una buena proporción de espectadores que asistía a verla sólo para divertirse burlándose de ella, sin que nadie se atreviera a mencionarle que tal vez tuviera mucho talento pero en otros campos lejanos a la interpretación musical. «La gente puede decir que no sé cantar, pero nadie podrá decir nunca que no canté» solía responder a quienes, según ella, le tenían «envidia profesional».
Unas veces el truco consiste en ni siquiera contratar firma alguna, sino en divulgar los supuestos resultados en gráficos que casi nunca muestran gran empeño en su diseño; pero otras veces la cuestión radica en algo más grave, democráticamente hablando, y es no contratar ninguna firma encuestadora sino simplemente mostrar el mismo tipo de gráficos pero sin el más mínimo sustento por lánguido que pudiera ser.
El concho: Incluso puede decirse, sin temor a equivocarse, que las más de las veces la encuesta ha llegado a sustituir la consulta popular que es obligatoria en los estatutos de algunos de los partidos políticos y que suele ser más cercana a la democracia participativa que a la representativa.
Marlium Jamir Pérez
Marlium Jamir Pérez / Estudiante de sociología; Exparlamentario Nacional de Juventudes Liberales, miembro del colectivo Colombianos/as por la Paz, Exasambleísta Departamental de Juventudes Liberales del Valle del Cauca, miembro del Comité Ideológico de la Juventud Liberal Socialdemócrata (JLS).
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Santos no es liberal

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Por Marlium Jamir Pérez para www.todosesupo.com.
Hay quienes todavía creen que las cigarras se revientan de tanto cantar, que Michael Jackson se hizo operar para cambiar el color de su piel, que comer semillas o uñas causa apendicitis o que leer en un carro en movimiento puede desprender la retina. Hay quienes todavía creen que Thomas Alva Edinson inventó la bombilla, que a los muertos le siguen creciendo las uñas y el pelo o que colgar una sábila en la entrada de la casa o negocio trae buena suerte. Hay quienes todavía creen que La Violencia (con mayúscula) empezó con el asesinato de Gaitán, que el conflicto se puede acabar por la vía armada o que Santos es liberal. Respetable, son creencias y, como lo ha dicho Zygmunt Bauman, «las creencias no necesitan ser coherentes para ser creíbles».
El término «liberal», como lo ha expuesto Vargas Llosa, puede resultar angustiosamente ambiguo, pero en Colombia el liberalismo ha sido históricamente de izquierda, a tal punto que durante mucho tiempo logró cooptar a los más diversos movimientos de la izquierda de cada época y es por eso que Lleras Restrepo dijo que «el Partido Liberal es una coalición de matices de la izquierda democrática» y Michelsen que era una «coalición de minorías». Se me reprochará, no sin razón, que eso está bastante lejos de lo que acostumbramos a llamar «la realidad», pero también se me aceptará que si bien la actual dirigencia es absolutamente neoliberal, también existe un importante sector que rechaza lo que su Declaración Ideológica denomina como «las formulaciones neoliberales que promueve el capitalismo salvaje».
Ahora bien, es cierto que en esa misma Declaración Ideológica el liberalismo «se compromete a buscar la solución de los conflictos existentes en el seno de la sociedad colombiana, incluyendo los armados, por medio de la deliberación, la concertación y la negociación política», pero no es menos cierto que estos procesos son entendidos «como el desarrollo de una función de Estado que debe materializarse en formas económicas, políticas y sociales que hagan posible la reconciliación». Es claro que la palabra de Santos «es tan voluble como pluma al viento», los uribistas lo saben perfectamente, pero si hay algo de coherencia en él, más que la búsqueda de la paz, es su confesa confianza —casi fe— en las leyes del mercado.
Algunos liberales han encontrado en el proceso de paz una excusa para respaldar la reelección de Santos omitiendo su faceta neoliberal, del mismo modo que otros lo hicieron hace una década con la tal Seguridad Democrática, creando de esta manera una mezcolanza con pretensiones ideológicas que por mucho pretender, carece de todo. Mejor dicho: el liberal que quiera ser neoliberal, que lo sea pero que no lo haga a nombre de la socialdemocracia; y el neoliberal que diga ser socialdemócrata que levante la mano y deje engañarse. Santos no es liberal.
El concho: Unos por buscar el pan de cada día, otros por librarse del mal, han caído en la tentación de creer que Santos es liberal.
Marlium Jamir Pérez
Marlium Jamir Pérez
Marlium Jamir Pérez / Estudiante de sociología; Exparlamentario Nacional de Juventudes Liberales, miembro del colectivo Colombianos/as por la Paz, Exasambleísta Departamental de Juventudes Liberales del Valle del Cauca, miembro del Comité Ideológico de la Juventud Liberal Socialdemócrata (JLS).
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Elasticidad

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Un reciente estudio del prestigioso Instituto de Física de Palombia «Gustav Ferdinand von Kelps», ha determinado que entre los materiales más elásticos se encentran varios de los derivados del petróleo. Pese a ello, el mismo estudio ha demostrado que de la aleación de dos metales: plata y plomo —quién lo creería— se logró producir en Colombia un material que ha resultado ser el rey de los sólidos deformables. No se trata de ningún polímero, se trata del político.
Yumbo, por supuesto, ha resultado ser una rica fuente del material. No sólo por la facilidad con que estos personajes pueden cambiar de partido sino además de posición, y la publicidad política, que aún pasadas las elecciones invade hasta el último rincón de la calle, es evidencia de ello.
Hace sólo unos días veíamos en un mismo pasacalles a Nancy Denise Castillo y Roberto Ortiz, dos personajes que hace cuatro años no se podían ver —como se acostumbra a decir— «ni en pintura», pese a que la sede política de la una estaba justo en frente de la del otro y habría sido impensable y absolutamente descabellado concebir semejante fórmula electoral. Él llegó a la Cámara de Representantes con su propio capital económico, con el capital social de sus «Chonticas» y con el capital político de Jorge Homero Giraldo de quien se empezó a apartar poco antes de ganar. Por su parte, ella, otrora emitía discursos de un fervor liberal que envidiarían los mismísimos liberales radicales de los años veinte pero que abandonó de la noche a la mañana cuando, coincidencialmente no sólo su esposo, Orlando Chicango, perdió la curul como concejal liberal de Cali sino que además su hijo, Andrés Chicango, ganó una como diputado del Partido de la U luego de su vergonzosa salida del Partido Liberal.
Por los lados de Cambio Radical, Abraham Jiménez, si bien nunca se ha comprometido a nada, sí se sirvió de su labor como Congresista para hacer su campaña, al menos esto le ha servido para abandonar la vieja costumbre de simplemente jactarse de ser yumbeño como si de verdad el hecho de serlo fuera una garantía para el elector y no una maldición.
Del Roy Barreras, candidato oficial del alcalde Murgueitio, hay poco qué decir, por ejemplo que ha militado en el Nuevo Liberalismo, en el Partido Liberal, en Cambio Radical y ahora en el Partido de la U. Que fue Uribista recalcitrante en la época de oro de Uribe y santista convicto actualmente, hizo campaña con el tema de la paz como nadie pero fue el primero en acusar de «apología al terrorismo» cuando Piedad Córdoba expuso su propio pellejo para conseguirla.
De Ana Cristina Paz, la otra candidata oficial del alcalde, no queda más que esperar que abandone, sino la curul, al menos las prácticas que utilizó para llegar a ella.
Y, por último, de Moisés Orozco, sólo cabe desear su pronta recuperación del vitíligo político que padece.
La elasticidad en física (si no se me ha olvidado el bachillerato) es la capacidad que tiene un objeto de ser deformado y recobrar su forma original después de ello. En la política, en cambio no se trata de objetos sino de sujetos y las deformaciones no siempre son reversibles.
El concho: Participar en política como alcalde es una clara falta disciplinaria, pero constreñir o inducir a alguien a hacerlo —independientemente de las intenciones— es un delito penal.
Marlium Jamir Pérez
Marlium Jamir Pérez
Marlium Jamir Pérez / Estudiante de sociología; Exparlamentario Nacional de Juventudes Liberales, miembro del colectivo Colombianos/as por la Paz, Exasambleísta Departamental de Juventudes Liberales del Valle del Cauca, miembro del Comité Ideológico de la Juventud Liberal Socialdemócrata (JLS).
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Test de clientelismo

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No hay consenso, entre los que saben del tema, sobre lo que es el clientelismo y probablemente pasará mucha tinta antes de que logremos una definición absoluta del término. Si bien sabemos que el Diccionario de la Real Academia Española se queda bastante corto en su única acepción: «Sistema de protección y amparo con que los poderosos patrocinan a quienes se acogen a ellos a cambio de su sumisión y de sus servicios», también hay que reconocer que el simple intercambio de recursos por votos no recoge plenamente lo que implica el clientelismo.

El fenómeno resulta tan complejo que los estudiosos del tema han llegado a proponer múltiples intentos de abarcarlo reconociendo finalmente, casi siempre, que la cosa parece ponerse enmarañada en la misma proporción en que se intentara desenredar la pita.

Ya en 1986 Eduardo Díaz Uribe advertía que semejante hazaña resultaría endemoniadamente peliaguda puesto que mientras «para unos se refiere al nombramiento de funcionarios públicos incompetentes; para otros a la compra de votos, al tráfico de influencias, al asalto de los fondos públicos o a la amoralidad imperante en la política y la administración pública».

Antes, en 1979, Fernando Cepeda Ulloa invitaba en un tono más bien pesimistoide a concebir el fenómeno «no ya como un vicio colombiano propiciado por un determinado sector del partido liberal, sino como uno de los fenómenos de la política aquí y en Cafarnaún» o mejor dicho, como apunta don Díaz, «en vista de que la política es una práctica universal, el clientelismo también lo es» aunque tenga sus particularidades en cada tierra, o sea en cada villa su maravilla. Otros en cambio, en tiempos más recientes, han encontrado suficientes elementos para adjudicar al Estado la cosa, ya sea por su centralismo, ya sea por su debilidad.

De cualquier manera, son cada vez menos —en las ciencias sociales y en la quiromancia— quienes se atreven a decir que conocen el tema como la palma de su mano. Y quien lo haga deberá revisar la palma de su mano y, por supuesto, su lengua.

Ahora bien, hay al menos dos cosas que sí parecen claras: llamar clientelista a alguien no es precisamente lo más amistoso; en consecuencia, nadie por más sensatez que presuma aceptará, con orgullo o cinismo, ser clientelista.

Es por eso que en vísperas del tristemente célebre Juicio de Paris, el prestigiosísimo Instituto de Clientelismología, Quiromancia y Psicología Vegetal diseñó un test para evaluar los niveles de clientelismo que hay en quien lo aplica y en su candidato de predilección (asumiendo, a mi juicio de forma autoritaria, que los candidatos preferirán no hacerlo).

Cabe aclarar que si bien el texto original constaba de tres partes, una de ellas —la primera— fue vetada por el Consejo de Censores; otra —la segunda— se perdió y se presume

Siga sin compromiso

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El que reparte el periódico, el panadero, la señora de los buñuelos y las arepas del desayuno, aquel que le llevó el cilindro de gas y el carbón, el joven que empacó el mercado, el conductor de la buseta, los muchachos que le ayudan, los que les dicen cuánto tiempo llevan de la otra buseta, la que se sube a vender confites, los que se suben a cantar, el niño que rellena con escombro los huecos de la carretera, la vendedora de minutos de celular, el que se roba las tapas de las alcantarillas, las niñas que atienden en el negocio del paisa, el embolador, la señora de la tienda, el que cuelga los pasacalles del político, la vendedora de chance, el carnicero, la vendedora por catálogo, el que trae la lavadora alquilada, la artesana, el conductor del «pirata», el que le limpia los vidrios, el que le vendió las mangas para protegerse del sol y la que las hizo, los que hacen maromas en el semáforo y la que vende aguacates al lado, la vendedora de gafas, el de la chacita de cigarrillos, dulces y demás, la de los cholados, los mariachis, la señora del servicio doméstico, el cerrajero, la del champús y las empanadas, el zapatero, la de las fotocopias, el reciclador, la prostituta, el campesino, la de la fritanga, el jardinero, la mesera y la cocinera, el vigilante, la secretaria del directorio político, la de los aguacates y chontaduro, el del «Almanaque de Bristol», la de las frutas y el salpicón, el del sahumerio, la tramitadora, el plomero, la modista y el sastre, las que fabricaron las figuras que intentan —acaso sin conseguirlo— decorar la buseta y el «pirata», el mototaxista, la que le hizo el chaleco y el que se lo vendió, la de las cabinas telefónicas y la de la sala de internet, el que le repara los equipos, la que camina las calles vendiendo tinto, la del «Bon Ice» y el del «Vive 100», el que vende frutas en una carreta, el que le vendió el parasol…



Ellos y ellas tienen un trabajo informal, ellos y ellas son un porcentaje muy grande (cada vez más) de la población colombiana. Ellos y ellas inscribieron su cédula para votar. Ellos y ellas, pero también otros y otras que yo también olvidé.



El concho: las herramientas proporcionadas por el Ministerio de Salud y Protección Social y el del Trabajo no permiten hacer un buen diagnóstico de la situación.






Marlium Jamir Pérez.


Marlium Jamir Pérez / Estudiante de sociología; Exparlamentario Nacional de Juventudes Liberales, miembro del colectivo Colombianos/as por la Paz, Exasambleísta Departamental de Juventudes Liberales del Valle del Cauca, miembro del Comité Ideológico de la Juventud Liberal Socialdemócrata (JLS).


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Prospero, sin tilde

¡Qué barbaridad cómo pasa el tiempo! Apenas nos acaba de defenestrar el 2012 —y tan bueno que se le veía de lejos—, y ya estamos ad portas de empezar a engullir el 2014. Con el paso del tiempo se ganan cosas, es cierto, pero también se van perdiendo otras.
Unos pierden la vista, otros la melatonina, unos la pasión, otros el pudor, unos el colágeno, otros el buen gusto, unos el respeto, otros el pulso, unos el deseo, otros el peso, unos la confianza, otros el pelo, unos los dientes, otros la familia, unos la memoria, otros no me acuerdo qué. El caso es que uno no llega igual que como salió y por eso dicen los que saben que «escoba nueva barre bien».
No es el caso del alcalde Murgueitio. El lector me dará la razón al menos en un aspecto, puesto que si hay algo de lo que se pueda acusar a la actual Administración Municipal no es de sus faltas de ortografía ya que, contrario al Murgueitio candidato, el Murgueitio alcalde parece contar con una mejor asesoría al respecto.
Claro, al Murgueitio candidato (sobre todo al del primer intento) se le percibía más bien indignado la mayor parte de las veces, tratando de explicar en lenguaje accesible al electorado los enmarañados términos jurídicos y digamos que eso si no justifica, al menos explica en gran medida que sus esfuerzos estuvieran más en eso que en escribir de manera adecuada.
Pero digamos que, en general, la buena escritura y el uso adecuado del lenguaje —escrito o hablado— no son precisamente las fortalezas del sector político yumbeño y que es suficiente con un ligero vistazo, por ejemplo a la publicidad electoral, para percatarse de ello. En cambio, lamentablemente para nosotros —los críticos insoportables— el Murgueitio alcalde ha respetado más el lenguaje que el Murgueitio candidato; así que por ese lado es poco lo que se le puede criticar.
La amiga echó de menos el anuncio del Plan de Desarrollo y notó la presencia del nuevo.
Precisamente en una acalorada discusión con una amiga esto fue lo que ella tuvo que defender. Mientras dábamos un paseo nocturno por el Parque Belalcázar ella advertía la ausencia de aquel anuncio que interrogaba: «¿Ya sabés todo lo que vamos a hacer?», en cambio percatamos la evidente presencia de uno mucho más grande y luminoso que dice: «Feliz Navidad y Prospero año Nuevo». Así, prospero sin tilde.
Yo, obsesivo, obstinado y terco, afirmaba que a la palabra «prospero» —por tratarse de una esdrújula— le hacía falta la tilde que marca el prosódico acento en la antepenúltima sílaba, es decir «próspero». No obstante, tras larga insistencia, ella logró convencerme (y no fue fácil) de que el término «prospero» en ese contexto responde más a un deliberado anuncio de declaración manifiesta que a un inútil deseo decembrino, esto es: la palabra «prospero» no corresponde al adjetivo usual de estas fechas sino a una conjugación en presente indicativo del verbo prosperar que nos comparte la Alcaldía: yo prospero, tú me ves, él se calla, ella baila sola, nosotros repartimos, ellos votan, ustedes ríen, vosotros os jodéis…
Esto, lejos de ser un acto de cinismo clientelista o cosas de ese estilo, según sostiene mi amiga, revela una profunda máxima de la filosofía política según la cual «si el César prospera, Roma prospera».
El concho: Quienes se decepcionan del Murgueitio «Verde» olvidan que antes de obtener el aval por ese partido, pasó del Partido Liberal al Partido de la U e incluso intentó inscribirse por firmas.