miércoles, 29 de abril de 2015

Test de clientelismo

Publicado en: http://todosesupo.com/


No hay consenso, entre los que saben del tema, sobre lo que es el clientelismo y probablemente pasará mucha tinta antes de que logremos una definición absoluta del término. Si bien sabemos que el Diccionario de la Real Academia Española se queda bastante corto en su única acepción: «Sistema de protección y amparo con que los poderosos patrocinan a quienes se acogen a ellos a cambio de su sumisión y de sus servicios», también hay que reconocer que el simple intercambio de recursos por votos no recoge plenamente lo que implica el clientelismo.

El fenómeno resulta tan complejo que los estudiosos del tema han llegado a proponer múltiples intentos de abarcarlo reconociendo finalmente, casi siempre, que la cosa parece ponerse enmarañada en la misma proporción en que se intentara desenredar la pita.

Ya en 1986 Eduardo Díaz Uribe advertía que semejante hazaña resultaría endemoniadamente peliaguda puesto que mientras «para unos se refiere al nombramiento de funcionarios públicos incompetentes; para otros a la compra de votos, al tráfico de influencias, al asalto de los fondos públicos o a la amoralidad imperante en la política y la administración pública».

Antes, en 1979, Fernando Cepeda Ulloa invitaba en un tono más bien pesimistoide a concebir el fenómeno «no ya como un vicio colombiano propiciado por un determinado sector del partido liberal, sino como uno de los fenómenos de la política aquí y en Cafarnaún» o mejor dicho, como apunta don Díaz, «en vista de que la política es una práctica universal, el clientelismo también lo es» aunque tenga sus particularidades en cada tierra, o sea en cada villa su maravilla. Otros en cambio, en tiempos más recientes, han encontrado suficientes elementos para adjudicar al Estado la cosa, ya sea por su centralismo, ya sea por su debilidad.

De cualquier manera, son cada vez menos —en las ciencias sociales y en la quiromancia— quienes se atreven a decir que conocen el tema como la palma de su mano. Y quien lo haga deberá revisar la palma de su mano y, por supuesto, su lengua.

Ahora bien, hay al menos dos cosas que sí parecen claras: llamar clientelista a alguien no es precisamente lo más amistoso; en consecuencia, nadie por más sensatez que presuma aceptará, con orgullo o cinismo, ser clientelista.

Es por eso que en vísperas del tristemente célebre Juicio de Paris, el prestigiosísimo Instituto de Clientelismología, Quiromancia y Psicología Vegetal diseñó un test para evaluar los niveles de clientelismo que hay en quien lo aplica y en su candidato de predilección (asumiendo, a mi juicio de forma autoritaria, que los candidatos preferirán no hacerlo).

Cabe aclarar que si bien el texto original constaba de tres partes, una de ellas —la primera— fue vetada por el Consejo de Censores; otra —la segunda— se perdió y se presume

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